Como un golpe de rayo

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rayo
La editorial Caja Negra acaba de sacar a la calle un nuevo libro del periodista musical inglés Simon Reynolds. Como un golpe de rayo es un estudio minucioso, documentado como ningún otro, sobre la escena y las figuras que en la década del 70, y en Inglaterra, le dieron forma a lo que se conoce como glam rock. En el centro están David Bowie y Marc Bolan. En torno o en paralelo a ellos, el glam pesado de Alice Cooper y el más dulzón de Roxy Music. O sea: los músicos y los eventos que hicieron que Londres en el ’73 dejara de ser, según Luca Prodan, un lugar «aburido y estancado». Músicos y eventos que, también se puede decir, prepararon el cambio a fines de esa década. Como un golpe de rayo es el cuarto libro de Reynolds que aparece entre nosotros, todos por la misma editorial, y siendo que este es el de escritura más reciente -se publicó en Inglaterra en 2016 después de la muerte de Bowie- y que los anteriores como Postpunk ya venían y vienen cosechando un público fiel, es de imaginar que se convertirá en uno de los libros más comentados del año.

Podría empezar en fair play reconociendo que soy un admirador general de los libros sobre música o bandas que edita Caja Negra; sobre todo de uno de esos libros, La historia secreta del disco, de Peter Shapiro, y también de Resonancia siniestra, de David Toop. Peter Shapiro es un historiador; para su investigación sobre la música disco recoge datos sociológicos duros (leyes sancionadas, índices de criminalidad, campañas publicitarias, políticas raciales, todo lo que estaba alrededor de la bola de espejos). El método de Shapiro se conecta con la concepción del ensayo que entre nosotros manejaron David Viñas o Néstor Perlongher en su trabajo sobre los chongos de Sao Paulo. Contrastando lo bello del objeto con lo duro de la data en torno, Shapiro es además un historiador que la vivió, alguien que participó activamente de la movida neoyorquina del disco y hoy la (d)escribe con las armas de la sociología, evitando «competir» con su objeto por medio de un discurso igual de desenfrenado o excitante. David Toop, por su parte, es un filósofo de la música, una especie de Gaston Bachelard del sentido del oído, que maneja una prosa impulsada por satoris o iluminaciones fragmentarias y a la vez totales, conmovedoras.
Reynolds es un periodista musical, y no uno cualquiera. Trabaja con otro arcón: los archivos de revistas ante todo. Incluso en su libro más teórico, Retromanía, el fuerte principal es la habilidad para bucear en la documentación (un campo enorme) y extraer lo significativo. De Como un golpe de rayo se puede decir que su indagado central, David Bowie, lo ayuda bastante, porque entre otros talentos tuvo el de ser un sujeto declarativo, y casi todas las entrevistas que le hicieron en vida son jugosas. Algo que caracteriza al enfoque (y quizás sea inherente al método) de Reynolds es la visión del rockero como un ser mágico y excepcional, y la idea (que no es fácilmente discutible, pero que para él es indiscutible) de que, lo cito, «el pop se basa en un culto a la personalidad, en la creencia de que algunas personas son extraordinarias».
El libro que acaba de lanzarse tiene doce capítulos, buena parte de los cuales son biografías. En ellos Reynolds también propone y conecta, como cuando exige leer a Marc Bolan y al glam rock en general no tanto en clave dandi (Lord Brummel, Oscar Wilde) sino más bien en la línea mágico-fantástica de Tolkien. Otro punto es cuando analiza las «tretas publicitarias» del joven Bowie y el espectacular cambio de suerte después de casi diez años de sostenidos fracasos. Reynolds, aunque es un hijo díscolo de los estudios culturales que Stuart Hall dedicó a las primeras tribus musicales urbanas, sabe tanto como sus precursores que el factor de clase (social) juega en el rock un papel importante. En consecuencia, no le parece un dato menor que estas figuras de Bowie y Bolan hayan surgido en barrios o familias de clase obrera o de clase media baja y periférica (la clase media sin Osde, diríamos hoy). Sin embargo, en las conclusiones se aparta de todo planteo de clase y apuesta a la idea contraria, la del artista como alguien que posee un don. Dice (después de hablar de la primera década del músico, la opaca): «¿Qué hizo que Bowie siguiera adelante? ¿Cuál era la fuente de su incansable confianza en sí mismo? Sencillamente, el mismo poder mágico de automotivación que poseía Marc Bolan» (pág 124).
Como no me interesan, en general, los perfiles biográficos hechos en base a declaraciones del mismo biografiado o de sus colegas, los momentos que encontré más potentes en este libro son los pasajes de riesgo interpretativo o teórico. Que son muchos, desparramados, y que hacen que Como un golpe de rayo tenga su dimensión cierta de ensayo. Por un lado corre la línea de interpretación psicologista (el artista glam como un Narciso bueno, o como alguien que, a fuerza de mostrar que todo lo que en sociedad llamamos Verdadero no es sino Máscara, consigue desnudar el doblez de la Máscara y ser Verdadero incluso mintiendo) y por otro lado está la cuestión de los rasgos del glam: lo excesivo, lo bisexual, lo sobremaquillado, y algo que Reynolds arriesga: la música glam detesta la tensión, el dramatismo de componer, el culto a la dificultad. Sería interesante pensar esto último respecto del llamado «glam latino» (Ney Matogrosso entre otros) que tengo entendido que es el objeto de estudio actual del crítico Gonzalo Aguilar, pero lo cierto es que al leer esa idea asocié con nuestro escritor glam por excelencia, Manuel Puig, quien también, es cierto, detestaba la épica de las dificultades creativas y la escritura ardua y trabajosa.
En los capítulos finales, el libro conecta al glam con la experiencia (colectiva, mal que le pese al autor) de la música disco neoyorquina y negra, formada por bandas sencillas y visualmente muy elaboradas, muchas de ellas proponiéndose adrede la saturación, y buscando en más de un caso (las letras de Earth, Wind & Fire) una dimensión de historia maravillosa, con cenicientas y príncipes de boliche. Ya en los 80, Reynolds menciona otro heredero a destacar: Prince. Digamos que, para el enfoque biografista y hasta hagiografista de Reynolds, el glam le venía como anillo al dedo. Porque en la música disco, por ejemplo, el nombre Curtis Mayfield puede ser uno entre decenas de nombres, pero en el glam la palabra «Bowie» es incluso más grande que la etiqueta genérica.
Otro eje del libro es el contraste y la oposición del glam respecto de la escena Woodstock. Una frase que debe ser un logro de Reynols pero también lo es del traductor Hugo Salas: el glam cambió el rock de machos por un rock de mechas. Fue lo que hizo falta para desacreditar la falsa conciencia social de buena parte del hippismo y de los prolijos pelilargos que cantaban rock de protesta. A veces uno se pregunta si no será que los primeros hippies ya tenían Osde; seguro no todos. Como sea, el glam logró algo que en su momento debe haber sido todo un desafío: que el hippismo pudiera aparecer pacato y normalito a ojos de algunos. Hay una frase del gran aforista Karl Kraus donde contrasta la vida en la Alemania prusiana con la efervescencia culturosa de Viena: «La situación en Berlín es seria -dice-, pero no alarmante; la situación en Viena es alarmante pero no seria». Quizás hay un paralelo ahí entre el rock comprometido de finales de los ’60 y el «vienés» glam. Esa sensación de que la contracultura puede ser algo muy estándar la terminaría poniendo en palabras otro heredero del rock de mechas, Morrissey, el hombre del glam gris, que escribió: «Siempre pensé que tocar con una criolla / te convertía en cantante de protesta. / Hoy me da risa, pero bien que fue terrible».
Para cerrar, y de cara al libro como esa cosa salida de una imprenta y llegando a muchas librerías, hay que destacar que Como un golpe de rayo, de 700 páginas (varias con imágenes), se consigue a un precio aceptable, no muy por encima del estándar que los grandes grupos editoriales les ponen a sus libros de 300 páginas. Pero además hay otra cosa: la calidad de edición de Caja Negra y de muchas editoriales medianas supera a todas luces al trabajo que los grupos Planeta y Random últimamente están mostrando (libros en papel obra y con un termosellado que, si los compraste en Pascuas, para el Día del Trabajador ya se te despegaron las hojas). O sea, la diferencia entre las editoriales grandes y las medianas/chicas no es sólo política o posicional.

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