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Despiértate, nena

May 26, 2011

Dicen que Spinetta y Juanse son re amigos. Me cuesta imaginármelos zapando, uno con sus sutilezas y el otro con su reviente siempre a cuestas. En una zapada juntos, necesariamente cada uno habrá de tomar rasgos del otro. Habrá de surgir de repente un Spinetta guarro y un Juanse etéreo, por momentos. Bueno, algo así me pareció estar viendo ayer en el debate televisivo entre Beatriz Sarlo y Orlando Barone, en 678. Ella, en principio, la intelectual, la crítica, la mejor de la vereda de enfrente. Él, nuestro lado impresentable, nuestro mersa. Pero en los hechos se vio otra cosa, una mixigenación propia de la zapada. Barone trató de hacerse el noble -siempre trata, es verdad- y habló de ética a más no poder. Mientras que Sarlo dio un giro abrupto en los modos de su discurso y adoptó un tono canchero anti-intelectual. Eran Pomelo y Luis Almirante, por momentos, más que Juanse y Spinetta. Sarasa, sarasa llegó  decir Beatriz, y habló por ambas partes.

Un análisis de la sarasa en este debate entre, como decía, ejemplares atípicos del campo propio y la oposición, sería un análisis parcial, porque lo que se vio en dos horas de programa es complejo e incluye otros participantes. Estaban también Forster y Mariotto discutiendo con Sarlo, y ninguno de estos es 678. A lo largo de esas dos horas se esbozaron más de diez temas de debate y no entraron en ninguno (aquí ubicar quizás la función de Mariotto). Sarlo quizás sorprendió al elenco estable de 678 poniendo de entrada el asunto que, de encontrarla con más cautela, debería haber despertado en Sandra Russo una reflexión de este tipo: bueno, ¿querés hablar de 678?, tenemos para rato, hablemos de eso. Probablemente Sandra tuvo la voluntad y Mariotto, dominador de la palabra, no la dejó. Mi sensación fue que los panelistas estables estaban fastidiados, y no justamente con la intelectual de la opo, sino con los aliados felices: Forster en ningún momento se fastidió, porque contento con la claridad de sus intervenciones no se daba cuenta de que nadie le daba bola; Mariotto tampoco, porque feliz de la atención que capturaba no comprendía las boludeces que decía (entre otras, lo citó a Muñoz). En Sarlo la tolerancia era inevitablemente una elección, y al no responder las apuradas de Mariotto (o al darle la razón como a los chicos) ponía en práctica lo que mejor se esperaba de ella: la calma de los que anduvieron camino, garantizándose con eso, además, una coartada para no responder las observaciones agudas y puntuales de Forster.

Sarlo se llevó un gran punto en su cruce con Barone, un punto que ella misma deslució cuando repitió aquello de «vos trabajabas para Extra». El punto fue decirle a Barone «vos aguantaste (en Extra) hasta donde pudiste». Ése fue el momento brillante donde la ensayista le regaló a su interlocutor, sin otra razón que la cortesía, la suposición de que Barone es un ser capaz de experimentar un drama de conciencia. Lo humilló muy sotto voce. Ahí ella fue Spinetta. Después, lamentablemente para su genio, se enredó en sus fantasmas de la progresía: que la BBC es tal cosa, que de esto no hablo, que Alemania es mejor. Se entregó a la cantinela que más la emociona, y se acabó la zapada.